Entrada 113
Cuando solicitó una guardia especial para la hacienda de verano. Eso lo pidió a la vista de todos, y era porque, justamente, sospechaba de Dominique y Juliet. Mientras usted pensaba marcharse en el alborean. La cara grande y porosa de Lébregas se contrajo por momentos, probablemente, en el sereno intento de refrescar las imágenes que recobraba con exquisita nitidez. Las manchas, más o menos oscura de su rostro se enrojecieron al imaginar que sus palabras molestaban a Pollier, y el rojo ceniza de sus ojos de pronto se apagó, preludiando que el gran vozarrón de Martín alteraría sus tímpanos. La actitud de seguridad que había mostrado el sargento, disminuía a medida que alargaba su relato y ya divisaba que sus recuerdos serían enterrados por la inalterable maleza del olvido. Entonces, la mirada serena del dueño de los navíos, pasó como ingrávida nube sobre sus propios ojos. El engorro consistía, únicamente, en desenterrar las aventuras amorosas de los hermanos Pollier.
Cuando solicitó una guardia especial para la hacienda de verano. Eso lo pidió a la vista de todos, y era porque, justamente, sospechaba de Dominique y Juliet. Mientras usted pensaba marcharse en el alborean. La cara grande y porosa de Lébregas se contrajo por momentos, probablemente, en el sereno intento de refrescar las imágenes que recobraba con exquisita nitidez. Las manchas, más o menos oscura de su rostro se enrojecieron al imaginar que sus palabras molestaban a Pollier, y el rojo ceniza de sus ojos de pronto se apagó, preludiando que el gran vozarrón de Martín alteraría sus tímpanos. La actitud de seguridad que había mostrado el sargento, disminuía a medida que alargaba su relato y ya divisaba que sus recuerdos serían enterrados por la inalterable maleza del olvido. Entonces, la mirada serena del dueño de los navíos, pasó como ingrávida nube sobre sus propios ojos. El engorro consistía, únicamente, en desenterrar las aventuras amorosas de los hermanos Pollier.
-¿Quiénes eran los padres del
pequeño? -interrogó Martín Pollier. La pregunta sobresaltó a todos, y la
respuesta se veía deducible. Lébregas salió a buscar otros pensamientos antes
de responder, durante unos segundos se escondió en ellos. El teniente, Pollier
y un ayudante estaban sentados rodeando el vetusto escritorio. La luz
parpadeaba, tal como lo hace la amarilla
corona de fuego de una vela mecida por el viento. Amenazaba con apagarse. Lébregas
se dirigió a la puerta; estaba alicaído, sin vacilar un momento, aseguró el
cerrojo de la puerta, poniéndose muy colorado se atrevió a afirmar.
-Los padres de ese pequeño eran sus
hijos señor. La fuerte brisa y la intensa lluvia se desplegaban compactas,
sumergiendo la triste escena en la más absoluta oscuridad. Recuerdo
también que al avanzar la mañana, la
apariencia de los presentes era sombría e invisible. Todos murmuraban.
-Los padres son hermanos. -¿Son
hermanos? -¡Sí, son hermanos! -respondían entre ellos.
Martín Pollier miró detenidamente a Lébregas, se mordió los labios,
enseguida apoyó los codos en el escritorio y sus manos, de inmediato,
proporcionaron soporte a su mentón. Con apática indiferencia se mordió las uñas,
y por instantes creyó olfatear el olor del mar. Alzó la vista de mirada
invariable, hasta que esas pupilas
transparentes, permitieron vislumbrar el arribo de unas pequeñas
lágrimas. Una horrible sensación de vértigo recorrió todo su cuerpo, sintiose
desfallecer, luego se quedó esperando a que todo transcurriera. Pollier
jadeaba, y observaba el techo con mirada
extraviada. Todos, en inflexible y circunspecta actitud le analizaban. Fijaban
la atención en un Martín Pollier conmovido. Después él inquirió.
-¿Sabes cómo se llamaba ese niño?
-¡Sí, señor!
-¡Anda dime su nombre! -rezongó él.
-El nombre del niño era Camilo,
señor..., Camilo Ángel.
-Aclare Lébregas, ¿qué tiene que
ver con Camila Angélica?
-Guarda mucha relación señor. Son
dos personas, pero es un mismo espíritu. Son dos ángeles que conviven con
nosotros y que exigen descansar en paz. El olvido, arbitrario y forzado, les ha
regresado a la vida.
Vicente Alexander Bastías / Febrero
2016.